En los últimos años, han surgido en Europa y Estados Unidos los movimientos “antivacunas”, pequeños colectivos que afirman que las vacunas son peligrosas e incluso pueden llegar a ser mortales, pero ¿Qué argumentos defienden? ¿Se fundamentan en una base científica?
Para poder abordar este tema con rigor, comenzaremos explicando qué son las vacunas, en qué consisten, y qué avances y problemáticas han tenido lugar a causa de las mismas.
Las vacunas son herramientas médicas cuyo objetivo es el de obtener una inmunidad activa artificial para nuestro organismo, es decir, evitar que, si somos atacados por microorganismos, se produzca una infección que nos produzca una enfermedad.
Cuando se produce por primera vez una infección, al tratarse de un patógeno extraño, nuestro organismo tarda más en actuar contra él y se produce la enfermedad. Sin embargo, si se producen una segunda infección del mismo patógeno, nuestro sistema inmune, que “tiene memoria” actúa mucho más rápido contra el patógeno y evita la enfermedad.
Las vacunas buscan provocar una primera infección controlada, para estimular nuestro sistema inmune y que, si nos ataca de verdad dicho patógeno, nuestro organismo esté preparado y repela la infección. Para ello se introduce el microorganismo muerto o atemperado (debilitado), de esta forma, se evita que con la vacunación se desarrolle la enfermedad.
A lo largo de la historia, las vacunas han ayudado a erradicar algunas enfermedades, como la viruela o la poliomielitis (que no está completamente erradicada, pero su incidencia apenas es significativa) y a controlar cantidad de enfermedades que afectan a la población (como la gripe y el VPH).
Por ello, hoy en día son muchos los países en los que existen campañas de vacunación, las cuales se aplican a edades tempranas (difteria, tosferina, tétanos…) o a grupos de riesgo (ancianos, personas con problemas pulmonares etc.).
Por otro lado, están los colectivos antivacunas. En muchos casos, estos grupos están formados por padres, quienes defienden que sus hijos han desarrollado determinadas patologías como consecuencia de las vacunas. En multitud de estos casos, no se han extraído pruebas concluyentes que determinen que dichas patologías estén provocadas por la administración de las vacunas.
Uno de los lemas más pronunciados por los antivacunas es que no desean que nadie pase por lo que ellos han pasado, sin embargo, promoviendo la no administración de las vacunas, lo único que consiguen es lo contrario a sus propósitos, ya que de esta forma solo se aumenta el número de infecciones provocadas por microorganismos, las cuales podrían evitarse mediante la vacunación.
Bien es cierto que las vacunas no son 100% seguras, ya que es evidente que en ciencia nunca existe el riesgo 0, pero sus beneficios son, sin duda, mucho más importantes que sus posibles adversidades, por lo que no hay evidencias científicas que indiquen que se deba cambiar la política de vacunación.
Además, con la vacunación se contribuye a la inmunidad de grupo, que consiste en que, si un número importante de personas están vacunadas contra una determinada enfermedad, una persona que no esté vacunada también se verá protegida frente a esta patología.
Por todo lo visto hasta ahora, podemos concluir que la única forma de que las vacunas sean cada vez más seguras y no existan riesgos para la población es mediante la investigación y el desarrollo de nuevas vacunas (como las vacunas obtenidas mediante técnicas de DNA recombinante) que vayan reduciendo los ya pequeños riesgos existentes en la actualidad.