Largas jornadas de trabajo, horas de estudio, tareas…vivimos en una sociedad en la que, además del dinero, se comercia con el tiempo: tiempo a cambio de unos estudios que nos den la oportunidad de mejorar nuestras posibilidades en el mercado laboral, tiempo a cambio de un salario por el que permanecemos cada mes en un mismo espacio durante un número determinado de horas (incrementando si eres becario). Todo para, algún día, tener un receptáculo al que llaman hogar, pareja, descendencia, una mascota en la que depositar las esperanzas que perderás cuando tengas problemas con esa descendencia (ja, ja) y optar a unos días de vacaciones a repartir de forma que descanses por todo lo que has hecho durante el año y lo que queda del mismo.
Ante la presión y el estrés, lo normal es recurrir a métodos de relajación, al deporte; a leer, ver, escuchar o jugar lo que nos gusta…jugar, ahí hay algo diferente. Utilizamos el deporte para desahogarnos, la literatura y el cine para evadirnos, la música como extensión de nuestras emociones. Pero, en el caso de los videojuegos, del hecho de jugarlos, esto cambia. Jugar a un videojuego implica una actividad de “falso” control: podemos ser futbolistas, héroes o heroínas, personajes de diferente apariencia física, bajo unas premisas establecidas. No habrá más finales para una historia que los que determinen sus creadores, llegará un momento en el que tu equipo repita títulos en su vitrina renderizada.
Ahora os preguntaréis: ¿hay algo más que un mecanismo de control que diferencie a los videojuegos del cine y la literatura? La diferencia radica en otro tipo de videojuegos que se han “reinventado” con la evolución de la sociedad en esa “jaula de hámster” en la que todo se repite, ayudados del smartphone: los simuladores de gestión. Usamos nuestra otra “moneda” (el tiempo) para gestionar otra vida: una vida en la granja como la de Farmville, Harvest Moon o Stardew Valley; una vida en la que un mapache japonés nos pide una hipoteca de una casa de la que podemos pasar mientras la decoramos con memes de Nicolas Cage, aspersores y una televisión que ocupa toda la pared (Animal Crossing); una vida en la que el valor de la misma es tan escaso para sus jugadores que los desarrolladores de dicho juego quitaron la posibilidad de ahogar a sus portadores y los jugadores protestaron en masa (Los Sims).
La razón del auge de este tipo de juegos radica en la actividad de “falso” control citada anteriormente, con la diferencia de que, en este caso, gestionamos valores que tenemos en nuestra vida real (alimentación, forma física, inteligencia); pero de forma total. Somos dioses, con una guía en la mano, sobre la vida que gestionamos y, si fallamos, podemos volver a empezar. Es más, esos juegos están realizados para paliar tu frustración, salvo que tengas que esperar un tiempo para obtener algo y pases por caja (mecanismo de los “Free to play”).
Curiosamente, la rutina se convierte en una “válvula de escape” en los videojuegos. En esa rutina nosotros decidimos principio, desarrollo y final de la misma. Ese es su éxito.