Hay veces en las que la censura no la ejercen los gobiernos, los directores o los altos cargos. Veces en las que somos nosotros quienes la ejercemos, y no pocas de esas la aplicamos a nuestros propios escritos. Unas veces por miedo al qué dirán, otras por consecuencias legales. En este mundo interconectado en el que cualquiera puede crear contenido que será visible a todos los usuarios, los riesgos se multiplican, precisamente, por ese factor. La responsabilidad y el respeto en la red parecen ir más lento.
Con la aparición de los smartphones, se desarrollaron aplicaciones dirigidas a distintas funciones, como extensión a lo que proponían en su función como páginas, en el caso de algunas. Facebook era un punto de reunión en grupos, diálogos y visibilizar nuestros gustos; Twitter era una extensión para aquellos que cabalgaban entre el disgusto de la brevedad de los SMS y la negación de las personas a dar a conocer su vida más allá de los pensamientos que quisieran compartir; Tumblr suponía un rincón para la expresión artística y el fenómeno fan; e Instagram era una vía de difusión para fotógrafos a la vez que el “álbum de la vida” de muchos. Snapchat actuaba a modo de “ventana indiscreta.” Así, cada aplicación cumplía un propósito establecido y todas convivían en paz y armonía…hasta que una de ellas obtuvo el dinero suficiente como para comprar a otras, iniciando un proceso de canibalismo.
La compra de Instagram y Snapchat por parte de Facebook desembocó en el traslado de los usuarios de Snapchat a Instagram por tener la misma función en las stories, dando así mayor sentido a utilizar una aplicación que otra. Snapchat no tenía ningún factor diferencial por el que asegurar la fidelidad de sus usuarios, por eso se dio este fenómeno. Cosa que sí ocurre en Instagram con las mejoras en las herramientas de edición o el hecho de poder añadir texto a las stories. Ese último hecho también es clave, el poder añadir texto. Significa quitar factores diferenciales a Twitter y Facebook, debido a que, además del mero hecho de esa inclusión de texto, las letras del texto se limitan al espacio de la pantalla.
A medida que los smartphones avanzan tecnológicamente, las fronteras en torno a las utilidades de las aplicaciones quedan cada vez más difusas, causando que el uso de una aplicación u otra dependa del propósito del mensaje, apoyándose en el formato. Esto se traduce en el uso de Twitter para contenido opinativo y lecturas breves, o en el uso de Instagram para contenido visual con un pretendido alcance de impacto y veloz; como se pretendía con la propaganda de guerra o las campañas antitabaco.
¿Y dónde está la autocensura, diréis? Se encuentra en el momento en el que restringes el uso de una aplicación u otra a un formato y a una finalidad. Ocurre cuando subimos fotografías a Instagram sin un pie de foto largo por miedo a cansar a nuestros seguidores, o al subir una fotografía en vez de otra para evitar comentarios y mensajes directos lascivos, por ejemplo. En el caso de WhatsApp, puede llevarse al hecho de no hablar los problemas en los grupos (cosa que no reprocho si es por preferencia a hacerlo en persona) y podría llevarlo también a Twitter en el caso de los hilos con datos de personas en referencia a su ideología que se obvian por miedo a las represalias.
El proceso de canibalismo, citado anteriormente, se traduce en que el acoso se intensifica al acrecentar el uso de una red en comparación con otras. Si los círculos de familiares, amistades y conocidos cercanos de la persona acosada se focalizan en el uso de una red, dejar la red supone silenciar a esa persona y privarla de socialización. La persona que realiza ese acoso puede seguir utilizando la red sin pensar en las consecuencias de sus actos en ella, mientras la persona acosada se ve limitada para publicar. Y, además, hay casos en los que dar a un botón para bloquear a una persona no basta, pues ambas tendrán que convivir en el mismo espacio físico.
Vayamos a un caso en el que la autocensura se realice por miedo a una mala interpretación. En el momento que una persona publica un poema o un texto que apele a las emociones, habrá personas preguntándose por la posibilidad de que haya un/-a destinatario/-a y quién será. Esa persona, si ve que ese tipo de publicaciones causan rechazo y especulaciones, puede llegar a tomar medidas como utilizar otro tipo de palabras o temáticas para que no vuelva a suceder– o no lo volverá a hacer, directamente-.
Por tanto, pido que, más que no dejarnos llevar por las opiniones ajenas, encontremos un lugar entre la responsabilidad de nuestros actos y el derecho a llevarlos a cabo. Fomentar campañas contra el acoso en las redes y enseñar a realizar críticas argumentadas. Nunca apoyaré el uso de las redes por encima de la palabra hablada. Tampoco voy a negar el hecho de que forman parte de nuestro día a día y que de ellas surgen buenas relaciones de amistad, por experiencia propia. Esto es cosa de todos.