Acusada por muchos de ser una de las principales fuentes de la cosificación femenina, la moda y el feminismo han ido de la mano en muchas ocasiones
Es cierto que la vestimenta ha sido utilizada en numerosas ocasiones como jaula del cuerpo femenino y objeto de satisfacción de la mirada masculina, sin embargo, la moda ha sido también una gran aliada en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres.
Esta tumultuosa relación comenzó a principios del siglo XX con dos grandes diseñadores. El primero fue Mariano Fortuny con el vestido Delphos. Se trataba de un vestido plisado de inspiración griega que permitió por primera vez liberar a la mujer del corsé.
Por otro lado, en esa misma época, Paul Poiret tuvo una idea similar y creó un vestido de corte imperio que caía recto desde el pecho, al que denominó La Vague, dejando de lado la figura de reloj de arena.
Pero si alguien influyó sobremanera en esta relación y consiguió hacer de la moda un arma feminista, fueron las suffraguettes. Dentro de este colectivo cabe desatacar la aportación de una de las hijas de la señora Pankhurst, Sylvia, quien diseñó gran parte de los folletos y publicidad de la lucha por el voto femenino. A sus diseños hay que sumarles las creaciones de Emmeline Pethick-Lawrence, que consiguió crear una exitosa imagen visual de las suffraguettes. Para ello Emmeline eligió tres colores que pasarían a ser los representantes de este colectivo durante buena parte del siglo XX: el morado que simboliza la dignidad y la lealtad, el blanco asociado a la pureza y el verde, que representa la esperanza. Gracias a esta inteligente estrategia las mujeres consiguieron utilizar la moda para conseguir nuevas integrantes a la par que lograron asociar una fuerte identidad visual a su lucha.
Fue también entre 1910 y 1920 cuando Coco Chanel rompió los estereotipos de la feminidad e introdujo los pantalones en el vestuario femenino. Asimismo, en la década de los 20 desarrolló su exitoso little black dress y consiguió hacer del negro un color elegante y respetable. También se atribuye a la francesa poner de moda el pelo corto y la bisutería pues según Chanel: “La joyería no se hace para darles a las mujeres un aura de riqueza, sino para hacerlas más hermosas”.
Durante la Segunda Guerra Mundial muchos materiales utilizados para la fabricación de la ropa comenzaron a escasear y esto produjo que el largo de las faldas se redujera. Del mismo modo, la necesidad de que las mujeres ocuparan los puestos de trabajo de los hombres que se habían ido a luchar al frente dio lugar a la popularización de la ropa de trabajo y a un pequeño acercamiento del rol de las mujeres al de los hombres.
Pero si hubo una prenda que supuso el destape prácticamente completo del cuerpo femenino fue el bikini. Esta prenda apareció por primera vez en Francia en los años 40, pero su uso no se extendió hasta los 60. Su nombre se debe a que sus creadores, Heim y Réard, consideraron que el impacto que tendría en la sociedad sería similar al de las pruebas nucleares que se estaban haciendo por aquel entonces en Bikini Atoll. Y a pesar de que esta prenda supuso en muchos aspectos cosificar el cuerpo de la mujer, también se empleó como arma política. En 1964 el bikini se convirtió en un símbolo de protesta contra el régimen opresivo que había sido establecido en Brasil.
Otro elemento subversivo dentro de la lucha feminista fueron las minifaldas, cuya aparición coincidió con la de las píldoras anticonceptivas, convirtiéndose así en un símbolo de liberación sexual. A esta prenda le acompañaron las medias, que aunque aparecieron en los años 50 no fue hasta la aparición de la minifalda que se utilizaron en estridentes colores. Aunque no lo parezca, las medias fueron creadas solo para el uso masculino, pues al contrario que las mujeres, enseñar las piernas para ellos era un elemento de masculinidad.
Durante esta misma década destacó el cuello de tortuga, que fue llevado por muchos colectivos, entre ellos la segunda ola feminista, durante la lucha por sus derechos. Esta prenda pretendía con su sencillez resaltar el intelecto de quien lo llevaba más allá de su apariencia física.
Los 60 fueron una gran década para el feminismo y la moda, pues también fue en esta época cuando Yves Saint Laurent diseñó Le Smoking, un traje para mujeres que imitaba al típico esmoquin masculino.
30 años después apareció el movimiento Riot Grrrl, que impulsó a las mujeres a hablar de temas tabú como el sexo. Para el Riot Grrrl era imprescindible crear un espacio que permitiera a las mujeres romper su silencio y acercarse entre ellas. Este grupo se caracterizó por utilizar una estética punk muy extrema y provocativa que chocaba con la estereotípica imagen de la mujer impoluta e inmaculada.
Después de todos estos avances en la indumentaria femenina en el presente ha resultado difícil innovar. Aún así, cabe destacar la presencia de marcas como Teta&Teta, que diseña joyas con mensajes feministas o movimientos como #MeToo o #TimesUp, que llevaron a actrices y a artistas a vestirse de negro en los Globos de Oro de 2018 como protesta contra del acoso sexual.
De esta manera la historia evidencia que la moda, como todo, varía mucho según la óptica con la que se mire y que pese al pensamiento negativo generalizado que se tiene sobre ella, la moda y el feminismo pueden complementarse muy bien.