El Gobierno central español activó ayer el artículo 155 de la constitución, cesando así las autonomías catalanas a partir del próximo sábado 29 de octubre. Luego de la falta de claridad del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, seguido el ultimátum del gobierno lanzado el pasado 11 de octubre – Cuando se pidió que aclarase si había declarado la independencia, y que, si lo había hecho, que fuese anulada y se volviese al marco de legalidad – el gobierno tomará el control de la Generalitat. Así, se destituirán a todos los consellers del Govern, se intervendrá el Parlament, se tomará el control de los Mossos, hacienda, educación y de los medios públicos de información para garantizar transparencia de datos y representación plural.
A pesar de una fuerte oposición catalana, que ayer salió en masa a la calle para protestar por el arresto de la semana pasada de los líderes de las principales entidades movilizadoras del independentismo, el gobierno ha optado por una aplicación del 155 completa. Las medidas de gran dureza justifican, para Rajoy, la voluntad de recuperar la legalidad y la convivencia en Cataluña, con objetivo de convocar a elecciones en un plazo todavía no claramente definido. El Primer Ministro se ha resguardado tras la idea de que “La Generalitat nunca quiso diálogo, sino solo imposición”, con relación a las palabras que hemos escuchado de Puigdemont también en los últimos días.
No es fácil hoy hablar sobre el independentismo catalán. La grieta social abierta es considerable, y uno lo puede notar hablando con quien hable. Las palabras que use pueden ofender a uno u otro bando, y semejantes barbaridades y odio nos hemos lanzado a la cara ya. Mi objetivo de hoy no es tomar un lado y destruir a la oposición, sino reflexionar, dejando de lado a los políticos – sobre cómo se ha llegado hasta aquí y como se puede salir.
Cualquier nacional, comunitario o extranjero, que haya paseado por las vibrantes calles de Barcelona, difícilmente pueda argumentar que es una ciudad con gente oprimida. Como la segunda ciudad más grande de España, Barcelona, capital de la comunidad catalana, goza de un nivel de vida extraordinario, con amplia garantía de derechos y libertades, y un ejemplo de democracia. Así como en otros estados plurinacionales (Tranquilos, es solo una palabra, no asusta), Cataluña disfruta de un nivel de autonomía bastante alto, pero desde hace ya varios años, la gente pide más derechos; derechos que les fueron prometidos y votados con el estatuto de autonomía en la presidencia de Zapatero, y revocados por el Tribunal Constitucional. Algunas de las cosas que se pretendían, por ejemplo, eran un mejor trato fiscal, como lo tienen el País Vasco o Navarra, y mejores inversiones en infraestructura que permitieran que Barcelona pudiera estar mejor conectada y mantenida.
Debido al fallo del TC que privó a los catalanes de su estatuto y la oleada de miseria que trajo la crisis financiera, Cataluña empezó a distanciarse más y más del gobierno español. Pronto, la agenda política tomó un giro repentino, y los gritos por la independencia empezaron a hacerse cada vez más fuertes. Hoy ya es difícil decir si más o menos de la mitad de los catalanes quieren la independencia, pero ese tampoco debería ser el foco, porque aquí hay una verdad sin inclinación política: Cataluña independiente no puede sobrevivir en Europa. Los políticos vendieron la idea de que la solución a los problemas catalanes es la independencia, igual que el UKIP vendió el Brexit, Le Pen sus propuestas antiinmigración, Trump el muro con México. Cataluña no está oprimida, los kurdos están oprimidos, pero eso no significa que no haya problemas reales que deben resolverse porque son razón de disgusto de la gente. Pero se deben resolver no con medidas populistas de ruptura y “ya veremos qué pasa”, que ha traído al Reino Unido a donde se encuentra ahora con la UE, sino con verdadera voluntad por gobernar y honestamente cuidar los intereses de los ciudadanos.
Es por esto por lo que también el gobierno español también ha faltado a los catalanes. Se ha tratado el tema catalán como el desafío independentista, cuando en ningún momento tuvo por qué ser así. Los catalanes tenían deseos que no fueron respetados y que, en cambio, fueron absorbidos por la plataforma independentista. Hay argumentos sensatos del lado catalán, y hace falta una restructuración seria del estado que garantice que las cosas sean justas para todos. Madrid aporta más que cualquier otra comunidad, pero también absorbe muchos de los recursos, razonablemente, por ser la capital. Cataluña, la segunda comunidad que más aporta, recibe mucho menos y carga, injustamente, con mucho del peso de las otras comunidades. Mientras tanto el País Vasco y Navarra, que aportan un simbólico 1%, deberían aportar mucho más y así hacer más justa la distribución de recursos para las comunidades. O todos aportan lo mismo, o cada uno se auto gestiona, pero este punto intermedio es injusto tanto para los madrileños (que igual reciben más recursos) como para los catalanes, los valencianos o los baleáricos.
Ahora mismo ambos bandos se encuentran profundamente politizados por las acciones de sus representantes. Pero la solución de suspender la autonomía de Cataluña difícilmente vaya a callar los deseos de los catalanes, y como siempre, han sido los intereses y presiones políticas lo que han dictado el curso de los hechos, más que la buena voluntad de conseguir una solución propia para todos. Hay una gran parte de los catalanes que desean que las cosas sean distintas, y es un error para ellos considerar que la independencia de alguna manera solucionará sus problemas, pero no se los puede tratar como delincuentes, y tarde o temprano sus intereses tendrán que ser considerados para reformar España. Ambos bandos tienen sus disculpas que pedir, pero se debe volver al marco democrático del dialogo y las negociaciones que no profundicen esta grieta, sino que reconcilien a la población española.
Cataluña es España y España es Cataluña, pero ambos lados deben empezar a creerlo de verdad, y actuar conforme a ello. Al independentismo no se le gana con gritos y palos, y a un sistema injusto no se le gana con ruptura. En esta época cuando Europa por fin ha podido dejar atrás el desafío de la crisis, la inmigración y el populismo, España debería estar acompañando a los líderes de Europa en avanzar la agenda de la unión, y esto solo lo dificulta más. El futuro de Europa es unido, es federal, y es hacia adelante.