Personalmente, llevo mucho tiempo queriendo escribir sobre este tema, sin duda, uno de los grandes debates bioéticos de nuestro tiempo (junto con el aborto), pero hasta ahora no había encontrado el modo ni las palabras adecuadas para tratarlo con delicadeza. Ha llegado el momento.
Según la RAE la eutanasia se define como la intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura. Si nos ceñimos meramente a esta definición, no parece que exista un gran debate, sin embargo, hay una gran controversia entre detractores y partidarios de esta práctica, la cual es ilegal en muchos países, incluido España.
Para los detractores, la Eutanasia no es un acto libre, si no condicionado por el dolor, y no es una práctica éticamente aceptable puesto que atenta contra la dignidad y la libertad del ser humano. Asimismo, pone la vida en relación de criterios de calidad y refleja que la persona no vale por ser persona, sino por su salud (“Los códigos de la vida”; Mónica López Barahona). Además, va en contra del “Juramento hipocrático”, uno de los pilares de la medicina occidental, el cual se postula en contra de poner fin a la vida del enfermo, aunque así le sea solicitado.
Por otro lado, los partidarios de la eutanasia afirman que esta práctica ensalza la libertad del hombre para decidir cuándo poner fin a su vida, siempre dentro del marco del paciente sin perspectiva de cura. También afirman que la eutanasia no atenta contra la libertad del ser humano, sino que proporciona a estos pacientes una muerte digna.
Cada caso es especial, puesto que no es lo mismo un enfermo terminal con 88 años (por ejemplo) y que ha vivido toda una vida, a un recién nacido sin apenas esperanzas de sobrevivir. El problema reside en la dificultad de diseñar una ley que abarque todos los casos y sea lo más justa posible para todos.
El pasado 28 de marzo se aprobó en el Congreso la posibilidad de crear una “Ley de muerte digna sin incluir la eutanasia” impulsada por el grupo Ciudadanos. Esta ley contemplaría la posibilidad de sedar a los pacientes terminales, con ánimo de evitarles dolor y sufrimiento, pero sin provocarles la muerte.
Esta práctica ha sido aceptada incluso por la Iglesia católica, gran detractora de la eutanasia. Sin embargo, esta praxis deja a un lado a otra parte de la ecuación, como son las familias de estos pacientes, las cuales también han de soportar el sufrimiento de ver a su ser querido moribundo, y cuyo dolor puede verse prolongado durante largo tiempo para finalmente acabar de la misma forma.
Es difícil sacar una conclusión clara de un debate de tales magnitudes, y que trata un tema tan delicado como es el final la vida. Por lo tanto, les animo a reflexionar sobre este tema y a sacar sus propias conclusiones.