Si el 2016 fue el año del impasse en el Congreso, la primera mitad de 2017 está siendo el año de la reflexión. De corregir errores. De pararse a reflexionar: ¿qué pasó el último año? Casi un año ‘sin gobierno’, ¿por qué?
Por eso, desde principios de febrero y hasta junio estamos viendo cómo los principales partidos se reforman, se refundan o continúan igual. Los cuatro celebran Congresos para empezar esta nueva etapa reforzados, o eso intentan, y, en cualquier caso, ninguno deja indiferente. Bueno, uno igual sí, pero…
El primero fue Ciudadanos. El 4 y 5 de febrero, la militancia del partido se encontró para, básicamente, renovar el apoyo a Rivera de manera abrumadora y discutir algunos puntos programáticos. Lo más importante, quizá, haber abandonado definitivamente la socialdemocracia para pasar a ser un partido nítidamente liberal -ya lo eran de facto. En términos generales, fue un Congreso de bajo perfil, con escaso poder de convocatoria, y en el que se consiguió ocultar, al menos parcialmente, el terremoto que sacude a las bases del partido ante las repetidas denuncias de malas prácticas por parte de la cúpula.
Después llegó el turno para el PP y Podemos. Aquí, el contraste no puede ser más claro. El partido de Iglesias hizo coincidir su Asamblea Ciudadana con el Congreso de los populares para enseñar al resto del país “cómo se hace un congreso democrático de verdad” -en palabras del propio Iglesias. Consideraciones aparte sobre lo acertado o no de esta estrategia, lo cierto es que los focos se centraron de forma casi absoluta sobre el proceso interno podemita, con amplias dudas acerca del grado que alcanzaba la ya famosa división interna, que empezaba a adquirir tintes de telenovela veraniega. Por otro lado, el Partido Popular, monolítico como siempre, con un rostro imperturbable tras el cual se suceden las disputas internas, seguramente no menores que en su principal oponente. Pero es que el PP siempre se ha presentado igual: “uno para todos y todos para uno”, así puedan acuchillarse tras las cámaras, la trifulca nunca va más allá de una o dos dimisiones de concejales y alcaldes aquí y allá. Así, el rechazo a Cospedal por su acumulación de cargos -internos y de gobierno-, apenas si ocupó uno o dos titulares, la rivalidad entre sus partidarios y los de Sáenz de Santamaría tampoco fue sometida a escrutinio público. En el PP, lo más importante siempre pasa entre bastidores.
Nada que ver la monotonía del Congreso popular, en la Caja Mágica de Madrid, con lo que ocurría a unos pocos kilómetros de allí, en el palacio de Vistalegre, donde Podemos celebraba su segunda Asamblea Ciudadana. Dos días de show, de exposición constante a las cámaras, de discursos, de militancia, de política. Podemos llegaba a su Congreso inmerso en una batalla que amenazaba incluso con el cisma, aunque, todo sea dicho, la habitual exageración mediática hizo también su parte. Iglesias y Errejón, la pareja política por excelencia del panorama español, llegaba rota: dos proyectos, dos programas, dos listas. Eso sí: un solo candidato a liderar el partido, Pablo Iglesias; eso no estaba en duda. Nada más entrar la cúpula del partido, el grito más coreado fue el de “Unidad, unidad”, que se repitió casi sin parar durante los dos días. Quedaba claro que, votaran lo que votaran las bases, el mandato era claro: había que superar la disputa interna. Que eso sea posible o no, aún está por ver, a la luz de los resultados: una victoria clara y aplastante de Iglesias, lo que en la práctica significa un cambio de rumbo en la estrategia del partido, y un acercamiento a tesis nítidamente de izquierdas.
¿Y qué fue del PSOE? Sin duda, el más dañado por este año anómalo en la política española. El bloqueo se saldó con el derrocamiento de un secretario general y una guerra interna que no da síntomas de tregua. El 17 y 18 de junio, por fin, tendremos noticias nuevas. Celebrarán su Congreso con, al menos, dos aspirantes a la dirección del partido. Y, casi con total seguridad, tres. Pedro Sánchez y Patxi López ya han dado el paso; solo falta la lideresa, la candidatura que todos dan ya por hecho pero que aún no se atreve a tomar forma, la de Susana Díaz. Sobre el PSOE son muchas las cosas que se podrían escribir, y en estos últimos meses han corrido ríos de tinta intentando analizar la profundidad y las consecuencias de la herida que llevan meses -incluso años- arrastrando. Y es que desde 2011 no ha levantado cabeza: ha perdido apoyos en todas las elecciones de carácter nacional, y aún no se ha disipado la sospecha de que acabe pasokizándose -en referencia al partido socialdemócrata griego, el PASOK, que ha pasado de gobernar el país a ser una fuerza marginal en unos pocos años. En cualquier caso, no se producirán grandes cambios hasta junio. Ya entonces, con los cuatro partidos renovados -o no-, tendremos muchas más claves para deducir cómo es este nuevo ciclo que ahora se abre. Un ciclo en el que se entierra definitivamente el bipartidismo que ha determinado las dinámicas de la política española desde 1982. Los 4 Congresos son el punto final para terminar de sepultar el ya conocido como ‘régimen del 78’. ¿Vendrán los muertos vivientes?