Cuando uno se hace mayor, se da cuenta de que llegan momentos en los que hay que saber parar, decir basta, dar un paso y marcharse con la vista al frente para no caer en la tentación de mirar atrás. En esos momentos ves las decisiones que tomas como rendiciones, banderas blancas que no te dejan ver que, en realidad, estás haciendo lo correcto. Para tomar esas decisiones hay que luchar con uno mismo- representado en su orgullo- y el miedo. Además, el «mejor malo conocido» (zona de confort) nos hace quedarnos con el pan de cada día, en vez de ir a buscarse las habichuelas a otra parte y a ese «bueno por conocer».
Hacía muchos años que no me veía en esta tesitura, siendo éste el que más decisiones ha conllevado. Amistades, estudios y casa todo en uno (lo dice uno que lleva 13 casas diferentes). Tratas de ver lo bueno para no tener que despedirte, pensar en los demás y no caer en el egoísmo, pero, al final, eres tú el que acaba más perjudicado como no pienses en ti por una vez. Las fotos estarán ahí siempre, los amigos ya te avisarán cuando de verdad quieran saber algo de ti, con las relaciones habrás aprendido y el hogar lo hacen las personas, no el techo. Por mucho que queramos a alguien o valoremos una amistad, es mejor no luchar si no nos respetan. Respetar es escuchar, pensar en el otro y actuar en consecuencia. Las bromas están bien de vez en cuando, los piques igual; pero ambas cosas no son saludables si se repiten a cada instante. Pienso que las amistades y las relaciones no deben ser competiciones. Las decisiones de las que hablo son aquellas que tomas cuando sientes que has agotado todos los cartuchos y que todo seguirá siendo igual si no cortas de raíz. Son esas decisiones que rescatan el último atisbo de dignidad que nos queda, sintiéndonos avergonzados de no haberlas tomado antes y orgullosos de hacerlo a tiempo de poder recuperarnos. Los años siguientes, a diferencia de otras decisiones, te reconocerán tu valentía; que hiciste lo correcto. Porque quién sabe si volverás a hablar con esos amigos o con ese amor, o si volverás a la tierra que un día dejaste; pero las cosas habrán cambiado.
Esas decisiones te dan la oportunidad de empezar de cero, sin resentimientos. Pero, considero que hay que tener en cuenta los errores que uno ha cometido para no tener que aprender la misma lección, pues significaría que no aprendimos nada. Empezar de cero nunca es fácil: pierdes aquellas cosas por las que luchaste en su día- mientras otros están mejor que tú sin cambiar-, tienes que aprender nuevas rutas y tomar el riesgo de parecer algo totalmente distinto a lo que querías con una palabra o un gesto que haces. Lo bonito de empezar de cero es precisamente eso: ver lugares que te arrepentirás de no haber visto antes, decorar tu casa de manera distinta y ser alguien que no esté etiquetado por un mote o lo que hizo.
Así que yo os grito ¡ánimo!, para que toméis esas decisiones y os hagáis valer por vosotros mismos. El camino no será fácil, pero te permitirá avanzar.