Hace unos cuantos años que procuro llevar algo en lo que plasmar mis ideas, pues llegan sin avisar y, al ser una persona con mil cosas en la cabeza, se van igual de rápido que llegan. Suele ocurrirme cuando estoy sumergido en el paisaje que las ventanas del autobús y del cercanías (según el momento) me ofrecen. Las personas que intentamos escribir solemos basarnos en dos cosas: en lo que sentimos o en lo que vemos. Admito que, muchas veces, escribir es manchar de tinta lo que no puedes decir, para que deje de ser invisible. Unas veces puede ser la única manera de decir lo que sientes por una persona (bueno o malo), otras es un recurso para tener un recuerdo de algo que viste.
Que nadie piense que escribir es algo fácil, la inspiración no llega a golpe de botón y todos nos enfrentamos a esa primera página en blanco. De hecho, la inspiración es más traicionera que muchos amores. Cuando pasas tus pensamientos a una libreta todo parece encajar, pero, al llevarlos al ordenador, raro sería no cambiar un par de frases como mínimo. Doy gracias al ordenador por hacer que me pare a pensar lo que voy a poner, pues me evito enfrentamientos porque alguna persona piense que estoy dirigiéndome a ella de manera despectiva; a la vez que me enfado con el teclado por hacerme sentir lento e idiota. En otra época, podríamos cambiar el ordenador por un mecanógrafo. Me preocuparía si no fuera de la manera que os estoy contando, ya que no quiero que escribir se convierta en rellenar huecos vacíos para ganar dinero de manera fácil -con tópicos y palabras típicas-.
Para mí, las personas valientes no pegan puñetazos, escriben con lágrimas lo que piensan. Antes de contar una experiencia difícil, necesitas reunir el valor para iniciar el relato. Las palabras que se desprenden de nuestra voz pueden manifestar una intención bastante diferente a la que tenemos en realidad. Al hablar, puedes tiritar, cosa que no pasa escribiendo. Por eso, escribir suele ser la primera vía; a veces,la única. Las personas valientes a las que me refiero, tienen que recordar lo que sucedió y plasmarlo para siempre en la hoja. Al viento le cuesta menos llevarse tus palabras si las pronuncias, pero más si las escribes. Para bien y para mal, las palabras escritas permanecen: te recriminarán o agradecerán por ellas.
Gracias a la escritura, compartimos conocimientos, experiencias, viajamos a distintos mundos y recordamos. Escribir es usar una herramienta con todos los usos que, literalmente, puedas imaginar. Os animo a compartir unas líneas con el mundo, como los miembros de este blog hacemos. Unas veces acertamos más, otras menos; pero siempre con la misma intención: ser voz del ciudadano y fuente de conocimiento del mismo.