La ciudad de Lisboa siempre se ha caracterizado por ser un lugar especial, con encanto y llena de vida, cuya heterogeneidad cultural, gastronómica y social hacen de esta una visita obligada para todo viajero amante de los grandes paisajes, en ocasiones escondidos para los miles de turistas que cada año visitan la capital lusa.
Es el caso de Sintra, una pequeña villa localizada al suroeste de Lisboa con una historia casi interminable a sus espaldas. Y no es de extrañar, pues en 1995 fue declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco. El viaje no es precisamente corto entre metros y trenes, pero una cosa está asegurada, una vez allí, no querrás irte.
Si bien es cierto que cada vez se está convirtiendo en un pueblo exclusivamente turístico, la esencia sigue permanente a cada metro que recorres. Tras salir de la estación de tren, el aire puro se respira sin miedo a resquebrajar la garganta por polución u otros tipos de olores propios de la ciudad.
A medida que se va avanzando, las montañas, verdosas y kilométricas, rodean cada centímetro del pueblo, sintiéndote cada vez más inmerso en la auténtica naturaleza; la belleza y la paz de las cosas que poco a poco se están destruyendo, se conservan de tal manera que resulta imposible no mostrar un pequeño atisbo de sentimientos que, con mayor frecuencia, se están quedando en el limbo.
Tras recorrer unos cuantos kilómetros, se vislumbra a pocos metros el Palácio da Pena, donde la Familia Real de Portugal habitó durante buena parte del siglo XIX, siendo el punto principal de vigilancia de los soldados portugueses.
A simple vista ya te das cuenta de que no es un palacio corriente; sus colores en la fachada amarillos, azules y granates son tan intensos que deslumbran a lo lejos, como si de un castillo de cuento se tratara, y protegido por todo un bosque interminable donde mencionar el término ‘vista de pájaro’, es quedarse corto, sin perder tampoco de vista otra de las atracciones más turísticas como es el Castelo dos Mouros o Castillo de los Moros, abanderando la cima de las frondosas montañas.
Sin embargo, lo que verdaderamente define Sintra es Quinta da Regaleira, junto con el Palácio do Monteiro dos Milhões o Palacio de Monteiro el de los Millones, denominado así por el apellido y apodo de su primer propietario, António Augusto Carvalho Monteiro. Se trata de un auténtico paraíso de cuatro hectáreas que, junto con el palacio, se unen lujosos jardines, lagos, grutas y edificios enigmáticos.
El bosque infinito, da numerosas posibilidades para perderte por cada recoveco sin dejar de asombrarte, con parajes completamente salvajes por explorar, como el Pozo iniciático o invertido, una auténtica maravilla de unos veinte metros construida a modo de galerías subterráneas en espiral, y cuya comunicación al siguiente punto es simplemente majestuosa.
El pozo se comunica directamente con las galerías o grutas subterráneas, llamadas también Entrada dos guardiões (Entrada de los guardianes). Exploradas no solamente por los curiosos turistas, encontramos, además, pequeños seres que habitan en las sombras, como pequeños murciélagos. Aunque la cosa no queda ahí; a medida que se avanza podemos escoger diferentes rutas de exploración, trasladándonos a torres, lagos o cascadas, quedando única y exclusivamente ante los ojos de la naturaleza en estado puro.
Sintra, en su totalidad, es un lugar mágico, diferente a casi todo lo que se pueda ver por las grandes ciudades, donde una simple fotografía no es nada en comparación con el recuerdo que perdurará de por vida una vez dado el primer paso a este paraíso oculto.