Un año más, pasó el 20-N, y con este, ya van 41. Un año más, se celebraron manifestaciones por toda España en recuerdo del ‘caudillo’, unas cuantas misas, y una concentración en el Valle de los Caídos. Un año más, el debate.
¿Tiene cabida este tipo de actitudes en democracia? Según el país, las respuestas varían. En Alemania, por ejemplo, sería impensable ver concentraciones reivindicando la figura de Hitler y el nacionalsocialismo. En España, sin embargo, no es raro ver todo tipo de actos de homenaje al ‘Caudillo’ y su ideal patriótico -bueno, a lo mejor sí que es un poco raro, pero lo cierto es que este tipo de actos no son tan infrecuentes. El 20-N es una fecha señalada, pero también se celebran otras en días como el 18 de julio (por el levantamiento militar que dio pie a la guerra civil) o, incluso, en ocasiones puntuales, como la protesta contra el cambio de nombre de la calle Millán-Astray en Madrid, recientemente.
¿Es esto un problema? En principio, la lógica democrática nos dice que la libertad de expresión es un valor fundamental de nuestro sistema. O debería serlo. Por eso, no parece lógico que este tipo de manifestaciones o concentraciones se prohíban. Lo más sensato, parece, es permitirlas, de manera controlada, igual que se permiten manifestaciones de cualquier otro signo.
¡Ay! Pero surge un problema. Las manifestaciones y demás actos tienen cabida en el sistema, claro, ¡faltaría más! El problema llega después. El problema surge cuando las mismas organizaciones que convocan las manifestaciones están relacionadas en agresiones racistas, xenófobas u homófobas. El mejor ejemplo está en el Hogar Social Madrid (HSM) Ramiro Ledesma, la famosa organización que ofrece comida y ayudas solo a españoles. El colectivo se ha dado a conocer con acciones polémicas como el despliegue de una pancarta en el Ayuntamiento de Madrid en respuesta al que lleva allí colgado desde hace un año –Welcome Refugees-, o las bengalas que lanzaron contra la mezquita de la M-30. Estas acciones, que ya de por sí hacen gala de la falta de tolerancia que caracteriza al colectivo, se quedan en nada cuando vemos que, desde que ocuparan un edificio en Tetuán, las agresiones por motivos de odio han aumentado de forma espectacular en el barrio. La policía ha atribuído al grupo varias agresiones homófobas y racistas, y la mayoría de sus miembros tienen antecedentes por delitos de este tipo.
Por tanto, el problema de estos actos y manifestaciones no son las acciones en sí. Casi cualquier manifestación puede caber, en principio, dentro de la lógica democrática de la libre expresión. El problema viene cuando los que convocan promueven el odio. Y así, entran en conflicto dos de los principales pilares de toda democracia: libertad de expresión y respeto a la diversidad. El debate, desde luego, no es para menos.