Una maleta descosida y llena de mugre con un par de camisetas roídas dentro. Un abrigo heredado que tiene roturas por todos sitios y unos cartones como saco forman el equipaje que arrastran día tras día.
Deben tener cuidado de no perder nada, pues el frío puede acabar con ellos y necesitarán todo lo posible para sobrellevar el invierno, que pronto llegará y arrasa con todo.
Hay algunos que, gastando un euro de lo que consiguen, se han hecho con un carrito de la compra, donde guardan todas sus pertenencias como su preciado tesoro.
Otros, los más “afortunados” han conseguido un par de mantas y comida caliente de algunas ONG’s que les visitan semanalmente.
No obstante, todos comparten una experiencia común y un sentimiento que tiende a adueñarse de cada minuto de su tiempo. El dolor suele profundizar en las personas sin hogar (sí, lo técnicamente correcto es personas sin hogar, no vagabundos) y suele hacer mella. Suele crear grandes heridas que, ni al principio ni a la larga, permiten que esas personas puedan vivir su vida con algo de normalidad.
El sentimiento de pérdida y tristeza se convierte en un constante en su corazón y consigue que todo se nuble y no consigan ver una posible salida, pero claro, ¿quién los culparía?
Hace unos años, un grupo comenzamos a colaborar con un voluntariado que ofrecía desayunos a personas sin hogar y, sin lugar a dudas, fue una de las experiencias más bonitas y más duras de mi vida.
Duele ver cómo estas personas solo buscan el cariño y respeto de otra persona. Duele ver el desaliento que experimentan diariamente, es aterrador, se lo lleva todo y solo causa dolor y desasosiego. El menosprecio de la sociedad, solo consigue deprimirles aún más y causar más dolor, cuando lo que se debería hacer es apoyar y concienciar a la población para ayudar a las personas sin hogar en la medida de sus posibilidades.
Todos nosotros experimentaríamos lo mismo si, mañana mismo, nos quedásemos en la calle y tuviéramos que desprendernos de todos nuestros bienes y luchar día a día pidiendo en la calle para conseguir algo que poder llevarnos a la boca.
Sin embargo, el grueso de la población solo los ve como “los perdedores de la sociedad”, lo que motiva que se forme otro círculo vicioso que agregue más dolor al círculo en el que ya se encuentran por culpa de su situación.
Una fuerte presión en el pecho, una gran dificultad para respirar y los ojos húmedos son sus compañeros de viaje, porque, por mucho que consigan sobreponerse, al día siguiente alguien les tratará mal y eso les hundirá aún más.
Deberíamos recapacitar y pensar, que una simple mirada, puede hundir a alguien en la miseria, deberíamos hacer un ejercicio mental, y pensar que, las personas sin hogar son iguales a nosotros y se merecen nuestro respeto.
Lo ideal sería que cada uno aportara su granito de arena y se alejara del escepticismo de que “están ahí porque quieren”. Simplemente saludando cuando se pasa por su lado (porque no, no son muebles estancados en las calles) o parándose a saludarles podemos ayudarles, porque no hay nada más efectivo para alejar la soledad que una palabra amiga.
Todos ellos son iguales a nosotros y, parafraseando a los Beatles, “De cualquier forma tú nunca sabrás, la cantidad de caminos que he intentado tomar. Pero a pesar de todo, ellos me devuelven al largo y tortuoso camino”.