La editorial Volcano reedita este clásico de Henry Beston sobre el año que pasó en su casa de la playa de Cape Cod.
En 1925, Henry Beston construyó una pequeña casa sobre las dunas de la playa de Cape Cod, en Massachusetts, a la que bautizó como Fo’castle (castillo de proa) porque, al igual que en un barco, desde su amplio ventanal podía contemplar el vasto océano. En 1926, y aunque había pensado pasar allí únicamente dos semanas, Beston permaneció todo un año para capturar con palabras la naturaleza y la misteriosa belleza de aquel paisaje: las migraciones de las aves marinas, los ritmos de la marea, las dunas arrastradas por el viento y la inmensidad del cielo estrellado.
Así se presenta La casa más lejana: un año de vida en la gran playa de Cape Cod, el último libro de la editorial Volcano, especializada en libros que indagan en la relación del ser humano con la naturaleza, además de su propia existencia. Se trata de una reedición del libro original de Henry Beston (1888-1968), escritor y naturalista del siglo XX.
La casa más lejana puede considerarse como un “diario descriptivo”, más que una crónica al uso. El estilo de Beston es más cercano al del trabajo de campo propio de un investigador, que al de un cronista o novelista propio de su época.
Es un libro que, entre descripciones de árboles, olas, noches estrelladas y todo lo que rodea a Fo’Castle, esconde pensamientos del propio Henry Beston, y no al revés, como suele suceder en escritores más cercanos a nuestros días:
“El océano brama, pálidas briznas y jirones de nube gélida azotados por el viento se deslizan sobre las dunas, y los correlimos sueñan en equilibrio sobre una pata, con la cabeza despeinada y bien hundida entre las plumas.”
Durante el libro, Beston narra sus vivencias en Cape Cod deteniéndose en momentos concretos de cada estación. Sus vecinos apenas ocupan unos párrafos en una lectura en la que el protagonismo lo tienen los animales y lo que le rodea. Como anticipaba anteriormente, lo que piensa y siente el propio autor se cuela entre frase y frase:
“Viva inmerso en la Naturaleza, y no tardará en comprobar que, pese a todo su ritmo no-humano, no es ninguna cueva de dolor. Mientras escribo, pienso en mis adoradas aves de la gran playa, en su belleza y su impulso vital. Y si surgen temores, sepa también que la Naturaleza tiene sus bendiciones inesperadas e inadvertidas”.
A pesar de esa diferencia de estilo, quienes se topen con La casa más lejana podrán comprobar cómo Beston se horrorizaba ante el petróleo que ya causaba estragos en la vida de la fauna y flora del lugar por aquel entonces, algo que está en plena vigencia con la crisis del cambio climático. Quizá, si mantuviéramos esa relación que tiene el autor con su entorno, no habría que lamentarse de esta coincidencia.
La casa más lejana, si bien no es el libro más idóneo para el público joven, enseña a detenerse en los detalles, que lo cotidiano basta para apreciar nuestra vida y que aprender algo todos los días está al alcance de cualquiera que se permita dejar de prestar atención a las agujas del reloj.