Se acercan elecciones de nuevo. Sí, lo sé, una al año no hace daño, pero tres ya es excesivo. Aunque, si he de reconocerle algo positivo a este parón institucional, es que muchos y muchas nos hemos vuelto auténticos expertos de nuestro sistema electoral. («Transcurrida la primera sesión de investidura fallida, el Congreso tiene dos meses para formar un gobierno; de fallar, se disuelven de manera automática las Cortes y se convocan elecciones en un mínimo de 54 días naturales», etc.) Hemos tenido oportunidad, también, de debatir largo y tendido sobre la dichosa formación de un gobierno que no llega, sobre la necesidad (o no) de actualizar nuestra Constitución ya viejita, sobre el proyecto de país que cada uno tenemos en mente… Debatimos de muchas cosas, y sin embargo hay un tema que siempre se deja en el tintero. Uno que sin embargo afecta directamente a la mitad de la población; y de una u otra forma, también a la otra mitad. ¡Voilá! Es el feminismo. Bendita palabra. Sobre por qué llamarlo feminismo y no ‘igualitarismo’ por favor, en otro momento. Gracias.
El caso es que, casualmente (ejem, ejem), los cuatro candidatos de los cuatro principales partidos son hombres. (Y muy hombres y mucho hombres, además). Con esa escena, no me extraña que muchas veces se olviden de tratar un tema tan desgraciadamente actual como es el de los feminicidios. Parece que el asesinato de 109 mujeres en 2015 no sea un problema digno de ocupar portadas. ¿O sí? Alguna lo hace de vez en cuando, pero solo para decir que el asesino era un loco, un machista sin remedio, algo que, desde luego, no es representativo de esta nuestra sociedad igualitarista. ¡Já! Parece que lo sensato es pensar que estamos ‘libres de machismo’ en este país tan avanzado. El ‘techo de cristal’, las cifras espeluznantes de acoso y violación, los feminicidios crecientes… Bueno, cosas que pasan; está muy mal, pero, ¿qué se le va a hacer? Este es el tono general de la prensa, que inevitablemente construye la opinión pública, pero, ¿qué piensan los principales políticos de esta España nuestra al respecto?
Mariano Rajoy
El PP no se ha caracterizado por ser precisamente un partido feminista. Sabemos que los conservadores no han sido los más adelantados en eso de la igualdad de derechos. Mariano, en concreto, fue uno de los mayores detractores del matrimonio igualitario aprobado en 2005, y su gobierno trató incluso de derogarlo en 2012, encontrándose no solo con la oposición del Tribunal Constitucional, sino de todo un país que había evolucionado y normalizado la diversidad sexual (bueno, estamos en ello). Fue ese mismo gobierno el que trató también de derogar la última reforma de la ley del aborto de Zapatero, quemando en el proceso al que fuera el ‘súper-alcalde’ de Madrid, luego ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón. Sin embargo, Rajoy es un hombre de pocas palabras. A pesar de presidir una de las legislaturas que más pasos atrás ha intentado dar en materia de igualdad, bien ha sabido callarse para intentar que este tema pasara desapercibido en campaña. Sin embargo, ha tenido, alguna que otra frasebdigna de pasar a la historia (sí, a parte de la de los vecinos y el alcalde). Un buen ejemplo
«En mi región natal, son las señoras las que cocinan bien» (2015) Dicho en el programa de Bertín Osborne ‘En tu casa o en la mía’, donde el «cantante» tampoco se quedó atrás en lo que a machismo se refiere.
Pedro Sánchez
El PSOE, al contrario que el PP, sí ha sido, históricamente, el abanderado de la igualdad entre los principales partidos políticos (la ortodoxia de IU era muchas veces un lastre en este aspecto). Sánchez recoge el testigo de Zapatero, probablemente el Presidente que más haya hecho por los derechos civiles desde que se permitió por primera vez el foto femenino allá por 1931. Sin embargo, Pedrito a veces patina, y una vez llegó a proponer, preguntado sobre posibles soluciones al drama de los feminicidios, que las mujeres asesinadas tuvieran un «funeral de Estado». Y oye, que no me parece mal, pero, ¿es esa la solución? ¿No sería mejor que NO fueran asesinadas? Con todo, he de decir que, de los cuatro, es de lejos el que mejor nota saca en esta asignatura…
Albert Rivera
Ciudadanos, el partido ‘cuñado’ por excelencia en lo que a igualdad se refiere. La ingenuidad de los naranjas provocaría incluso ternura, si el asunto del que se trata no fuera de tal gravedad. Rivera es un gran defensor de la reforma de la ley contra la violencia de género porque, claro, ¿qué pasa con las mujeres que pegan a los hombres? Y las denuncias falsas, ¿qué? Durante la primera campaña a las generales, esta era una de sus medidas ‘estrella’, hasta que el rechazo ciudadano les hizo rectificar. Rivera, el que proponía que el matrimonio igualitario no se llamara ‘matrimonio’ porque creaba «tensiones innecesarias» (al más puro estilo de Botella y sus ‘peras y manzanas’), tuvo hace no mucho una de sus intervenciones estelares. Venía a decir, en referencia al progreso de la mujer en la sociedad, que:
«Los hombres tenemos que ser los que abanderemos y lideremos estos cambios» (2015). En un acto de campaña llamado ‘Las mujeres pedimos paso’, así, como llamando a la puerta .
Pablo Iglesias
Si bien en la mayoría de los partidos, la cara visible suele representar a la perfección el carácter del partido, encontramos en el caso de Podemos uno de los casos excepcionales en el que esto no es así; al menos, en materia de igualdad. Podemos, un partido que desde el principio se define como ‘feminista’, que ha llevado a dos mujeres a gobernar en las dos principales ciudades de España, y que posee un Área de Igualdad digna de mención, tiene un líder profundamente machista. A pesar de usar en ocasiones el lenguaje inclusivo y de hablar mucho sobre feminismo, Pablo a veces suelta perlas del tipo:
«Cuando decimos que no… queremos decir que sí» (2015). En el programa de El Hormiguero, en clara referencia a la famosa (y despreciable) actitud de no respetar la negativa de una mujer. Pablo, NO es NO, ¿vale?