Mis heroínas no salen en las portadas de revistas, no patrocinan marcas ni están en los platós. Mis heroínas se levantan a horas intempestivas, preparan a sus hijos para ir al colegio y se enmarcan en jornadas de trabajo maratonianas, normalmente con más de un empleo, para pasar otro día “normal”. El hijo enfadado porque su madre está trabajando y no puede verla hasta tarde; mientras, la madre enfadada por perderse la vida de su hijo. Mis heroínas permanecen en esa “jaula de hámster” de hormigón, con esos “compañeros” que se comerían los unos a los otros por un mísero aumento de sueldo. Mis heroínas tienen que dejarse las manos, las piernas y la espalda en limpiar (a veces después de la oficina) con tal de que llegue a casa un sueldo, sueldo que hombre y medio ganaría simplemente con sentarse a teclear. Mis heroínas se arman de paciencia en trabajos de cara al público, con tal de mantener su vida.
¿Dónde se ha quedado la igualdad? Se pregunta uno, mientras ve cómo su madre ha estado años “ganando experiencia” para que esa experiencia sólo sirva para ganar lo mismo que recibe estando en casa. Cada día vestida de punta en blanco, mientras sus compañeros reciclaban la camisa. Cada festivo trabajando, mientras el compañero al que cubría le daban más por menos. Cada día batiendo récords, para que la empresa decida echar a la calle a las personas con mayor edad; con la gracia de que promovían un plan de empleo joven, mientras tanto.
¿Por qué sigue existiendo el machismo? Se pregunta uno, mientras recuerda cómo el año pasado inició la búsqueda de un piso con su madre. Piso tras piso, el mismo final: la negativa del casero de turno por no ver a un hombre tomándola del brazo. Siglo XXI, aunque no lo parezca. Para comprobarlo, repitió algunas de las visitas, acompañada de un amigo. ¿El resultado? Admitían encantados. Tantas charlas educativas y programas de televisión, para encontrarte con esto.
Es indignante que, a estas alturas, tengamos esta clase de historias. Más aún, lo es el hecho de que no se reconozca la labor de estas heroínas. Sueldos inferiores por más trabajo, más rendimiento, menos vida. La vestimenta sexualizada, en muchas ocasiones. La historia de mi madre es una de tantas otras, por desgracia. Luchemos para que esto forme parte del pasado, para que nuestro salario dependa de nuestras capacidades, no de nuestros órganos sexuales. Por último, siéntanse orgullosos si en su casa cuentan con una de estas heroínas. Cuídenlas y anímenlas a que luchen, crean y, sobre todo, no se callen.