Grandes cosas a veces tienen su origen en hechos pequeños. Desde el pasado 28 de diciembre, cientos de miles de personas en Irán se han movilizado en contra del gobierno, en lo que comenzó como unas esporádicas protestas en la ciudad de Mashhad por el incremento en el precio de los huevos. Se han oído canticos clamando por la renuncia de Rouhani y Khamenei, los líderes político y espiritual, respectivamente, hazañas peligrosas en el represivo país. Con más de 20 muertos, y otros cientos heridos, arrestados o desaparecidos, las protestas se han convertido en foco de noticia, y sin duda no podemos pasar esta oportunidad para aprender lo que está pasando en la República Islámica.
La republica Chiita, antiguamente conocida como Persia en su pasado imperial, adquirió su nombre moderno «Irán» en 1953 gracias a Reza Pahlavi o Reza Sah (rey). El segundo de la dinastía Pahlavi, su hijo Mohammed Reza Sah sería derrocado en la famosa revolución de Irán de 1979. Y esta revolución es importante, porque representa un tipo de revolución no muy conocida hasta ahora: Una mezcla curiosa entre islam e ideas revolucionarias de finales del siglo XX.
La dinastía Pahlavi, en poder desde 1921 gracias a un golpe de estado asistido por los británicos y los rusos, puso en marcha un proceso de modernización y secularización (si se quiere, occidentalización) de Irán, en este momento protectorado británico. Sin embargo, Reza y su hijo serían más recordados por su brutal represión de los iraníes gracias a su policía secreta «Savak», lo que lo enfrentó con el clero, quien gozaba de un amplio poder político. Particularmente un clérigo Chiita, un tal Ayatolá Jomeini, se mostraba en contra de las reformas del Sah por, por ejemplo, dar más derechos a las mujeres, pero también a la incesante corrupción, negligencia de los pobres y venta de petróleo a Israel.
Para 1978 la desigualdad, represión y corrupción eran evidentes para muchos, y manifestantes salieron a las calles, solo para encontrarse con más represión. Algunos pocos se convirtieron en cientos de miles y Jomeini se puso a la cara, inspirando a los manifestantes y transformando la revolución en una islámica. Esta culminaría con el Sah derrocado en 1979 y el ayatolá como el líder supremo de la nueva República Islámica de Irán, gracias a un masivo apoyo popular por parte de los iraníes.
A partir de entonces Irán ha emprendido una campaña por convertirse en líder del mundo musulmán. Esto los ha puesto en rivalidad contra Arabia Saudí, sus vecinos Sunníes. Desde entonces, muchos analistas hablan de una guerra fría, como la que vivimos entre soviéticos y americanos, en la que ambos países luchan por dominar la influencia en el medio oriente.
Luego de 1979, los iraníes empezaron a exportar su revolución, financiando y asistiendo rebeliones en Iraq, Afganistán, y en países del golfo, y los sauditas afianzaron sus alianzas con EE. UU. y otras monarquías. Con las protestas de la Primavera Árabe, la tendencia de esta guerra de poder continuó, enviando apoyo, dinero y hasta tropas. Todavía hoy, podemos ver a ambos regímenes apoyando distintos bandos, Sunníes o Chiitas en conflictos civiles en Yemen, Siria e Irak.
Pero hoy es Irán mismo quien sufre de una rebelión si misma. Los iraníes están hartos de los crecientes costos de vida, la corrupción endémica y la represión política y social; demandan, y merecen, un régimen menos autoritario. Podemos identificar tres mensajes claros hacia el gobierno. El primero tiene que ver con esta agresiva política exterior previamente mencionada. La gente está cansada de ver dinero salir del país para financiar conflictos en Líbano o Yemen, mientras las ayudas sociales a las clases bajas disminuyen.
El segundo tiene que ver contra las reformas (o la falta de ellas) por parte de la facción del presidente Rouhani. Los iraníes viven en promedio un 15% mas pobres que hace una década y la influencia de la Guardia Revolucionaria Islámica, que controla desde la construcción hasta la fabricación de coches, no hace mas que enriquecer a su elite.
Pero es improbable que nada cambie, el régimen tiene todas las armas y celdas de tortura que necesita, y no teme usarlas, como se vio en manifestaciones en 2009, protestando el arreglo de las elecciones presidenciales. Y la tercera lección que guardan las protestas actuales (la más difícil de aceptar para el régimen), es que la represión no puede ser silenciada con represión permanentemente. La última oleada ocurrió hace tan solo 8 años y ya de nuevo están los iraníes marchando las calles. Algún día quizás consigan el gobierno que merecen.