Hoy he soñado que me casaba contigo y me sentía la más desgraciada del mundo. Por un lado sentía que por fin te tenía, pero por otro sabía que jamás sería querida. Me escupías, no me tocabas y ni siquiera me mirabas cuando me follabas. Mientras seguía sintiéndome la más desgraciada del mundo, el resto miraba.
Mi familia miraba, mis amigas y amigos miraban, el coro miraba, el resto de personas curiosas miraban. Pero yo seguía sin saber el qué. Nadie me veía realmente. Tan solo miraban el vestido de palabra de honor con pedrería y falda de tul. Iba ridícula con unos tacones blancos, con mierdas brillantes, de aguja de doce centímetros, encima con el dedo gordo asomando y que jamás me compraría.
Iba disfrazada, Sergio. Y mientras tanto, tú me respondías que si no era yo, no iba a ser nadie. Pero no lo llegué a entender, el valor se esfumaba a la par que me lo dabas. Era todo falso, como la felicidad que todos veían en mi. Iba disfrazada, Sergio.
Todo el rato con pucheros en la cara yo. Todo el rato siendo apático tú. De camino al circo nupcial, les dije a mis padres que no quería casarme y ellos se rieron. Pero yo lo volví a repetir y a repetir y cada vez que lo volvía a decir, la carcajada era mayor.
Tu figura idealizada era la que quería. Temía a tu verdadera personalidad, a tu verdadero tú, a mi verdadera yo estando contigo. Pero seguía sin sentirme querida. De repente, de entre toda la gente, desapareciste (ya estabas acostumbrado a ello). Y yo con mis tacones horribles, blancos y horteras, fui corriendo tras de ti. ¿No te enteras todavía de que mi imagen dependía de nuestra mentira e infelicidad conjunta? Obvio no te enteras, eres gilipollas. Pero aún así, fui tras de ti. Sin quererte realmente y aún sabiendo que iba a seguir siendo la más infeliz a tu lado.
Cuando por fin te encontré, te atreviste a hacerlo. Pero no me lo imaginé así. Hiciste que desapareciera físicamente, me empujaste contra la pared y me llamaste torpe. ¿Qué puedo hacer para ser suficiente?
No te culpo, pero me sigue faltando el aire cada vez que recuerdo aquel sueño. Parece absurdo…. Pero todavía no supero la inestabilidad que me daban los tacones de doce centímetros de color blanco ¿metafórico verdad? Supongo que la culpa seguirá siendo mía mientras continúe cogiéndote el teléfono.