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Actualidad , Opinión
abril 6, 2017

Aprender a recordar

Salvatore Ignacio Nocerino Tellería

Será el tema de las próximas semanas. Los Presupuestos Generales del Estado (PGE) han llegado esta semana al Congreso, y, como no podía ser de otra manera, vienen cargados de polémica. De entre todas las cosas que podríamos decir de los primeros presupuestos que el PP debe afrontar en minoría, hay un aspecto que llama la atención, no por novedoso, sino por escandaloso…
¿Adivinan cuál es la partida prevista por el Ejecutivo para el cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica? Una pista: esta ley fue aprobada en 2007 durante el primer gobierno de Zapatero, obliga a los Ayuntamientos a cambiar el nombre de calles y plazas que homenajean a líderes franquistas, y exhorta al gobierno central a exhumar las más de 2.000 fosas comunes que aún hoy guardan más de 140.000 cuerpos que esperan su merecida identificación y reposo. Segunda pista: desde el primer momento, contó con la oposición tajante del PP porque, según ellos, buscaba “reabrir viejas heridas” y “enfrentar a los españoles”.
Si han hilado bien estas dos pistas, la respuesta podría estar clara: 0€. Este es el presupuesto que dispone el gobierno para (no) cumplir una Ley que sigue aún vigente, y que muchos Ayuntamientos, de hecho, están intentando respetar. Barcelona, Madrid, Valencia, Alicante, Cádiz… son muchos los municipios que han empezado a “desmantelar” la herencia franquista que colma callejeros, monumentos y edificios a lo largo de toda España. Un legado cuyo epítome es el famoso “Valle de los Caídos”, en la sierra madrileña, que, además de a Franco y a Primo de Rivera, acoge más de 30000 cadáveres, muchos de ellos sin identificar. Cosas que pasan, supongo.

Por supuesto, no faltará quien piense que esta ley ciertamente reabre heridas supuestamente cerradas, o que es un capricho sin importancia de algunos nostálgicos, ya mayores, que no tienen mejores cosas que hacer… Al fin y al cabo, hay problemas más importantes, ¿no?
Lo cierto es que, a pesar de las críticas, la Ley de Memoria Histórica era una urgencia democrática que llegó tarde. Concretamente, 29 años después del inicio de la ‘democracia’. Y para justificarlo, es necesario recordar dos cosas:
Lo primero, que ni la Guerra Civil fue un enfrentamiento entre dos bandos “iguales” ni la dictadura fue un periodo fácil. Después de la muerte de Franco, y durante la Transición, se impuso la visión de la Guerra Civil como ese “conflicto entre hermanos” donde “los dos bandos hicieron cosas muy malas”. Desde esta equidistancia, por tanto, se pretende dar por zanjado un tema que aún hoy remueve conciencias en España, y que sin duda seguirá haciéndolo por mucho tiempo. No, la Guerra Civil no fue ningún enfrentamiento entre iguales: fue la lucha de la democracia contra el fascismo. En una democracia con vocación de ser, lo lógico es tener una memoria crítica, comprometida siempre con los valores de libertad, igualdad y justicia. Esos que, con mucha dificultad, intentaban abrirse paso en la II República. Y podrá parecer muy simplista, pero sí hubo “buenos” y “malos”. Y sí, por supuesto, hubo buenos que eran malos, y malos que eran buenos. Ahí tenemos al Padre Huidobro y Paracuellos. Pero no se trata ahora de juzgar actos, individuales o colectivos, que sucedieron en el contexto de una guerra. Se trata de juzgar la guerra misma, esa que fue provocada por un golpe militar fascista contra un gobierno democrático. No debería ser tan complicado, ¿verdad?

Lo segundo que convendría recordar es que sí, por supuesto que hay problemas urgentes que hay que resolver en España. Hay niños con hambre, hay desahuciados, hay exiliados, hay pobreza energética, hay pobreza a secas… Claro, eso son problemas urgentes que ninguna democracia debería permitir. El problema es que una democracia, para ser, tiene antes que querer ser. Y para querer ser, hay que recordar. No es incompatible, por tanto, destinar una partida, siquiera modesta, a recuperar la memoria democrática de este país; a desenterrar muertos anónimos y no tan anónimos, como Federico García Lorca, que sigue aún bajo alguna cuneta sin localizar. No es incompatible, antes bien, es necesario. Es necesario educar a nuestros hijos en la defensa de los valores democráticos elementales, esos que supuestamente se enseñan mientras se dice que aquellos que defendían la barbarie nazi eran iguales a quienes luchaban por una España más justa. Es necesario tener memoria y juzgar la historia con valentía. Es necesario recordar para aprender.

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