Ya describía Barbara Ehrenreich en 2002 las penurias de la población en su obra Por cuatro duros; cómo (no) apañárselas en Estados Unidos. Una denuncia a la precarización del mercado laboral, a las políticas neoliberales adoptadas por los gobiernos y a la falta de recursos estatales que condena a las familias a vivir en la miseria.
Pero esto no es nada nuevo ni tan siquiera coyuntural. Desde que existe un mercado capitalista y libre, las condiciones de precariedad han ido aumentando y la calidad de vida de las personas se ha visto amenazada. La primacía de los beneficios empresariales sobre los trabajadores ha puesto en peligro el modo de vivir de la sociedad y las relaciones humanas.
La temporalidad de los contratos de trabajo o situaciones de desempleo, la insuficiente retribución salarial, jornadas de trabajo que suman excesivas horas, la falta de asistencia sanitaria laboral o la exclusión de la Seguridad Social, son algunas de las consecuencias de la globalización que han afectado a más de la mitad de la población mundial.
Así, todo esto ha llevado al sentimiento de fracaso en las personas que han pasado a formar una nueva clase social: el precariado. Este grupo social bien preparado para desempeñar un puesto de trabajo equivalente a su formación, se ve vulnerado y humillado por las condiciones laborales vigentes. Estas personas se ven obligadas a aceptar un empleo inferior a su formación profesional a cambio de un salario muy bajo con el que no podrán emanciparse o vivir de forma autónoma. Muchos deciden pluriemplearse, ya que si no lo hacen es probable que no puedan cubrir las necesidades más básicas como la alimentación, la vivienda o el vestido. Obviamente, esta situación de precarización produce gran humillación e incluso trastornos psicológicos severos.
Por cuatro duros ejemplifica con minuciosidad la precariedad laboral. La autora se embarca en un proyecto periodístico por el cual tiene que abandonar su casa durante dos años y sobrevivir alquilando las habitaciones más baratas de ciudad en ciudad donde realiza empleos muy precarios.
Se pone en situación de un tercio de la población estadounidense que trabaja una media de doce horas al día por un dinero miserable que no llega ni para pagar el alquiler de un techo y una cama.
Ehrenreich pasa dos años, desde 1998 hasta el 2000, trabajando como camarera en un restaurante, de limpieza en un hotel, de asistenta en una residencia de ancianos, en una empresa de limpieza a domicilio y por último, como dependienta de una tienda de ropa. En más de una ocasión tiene que recurrir al pluriempleo, pues con lo que gana no tiene ni para subsistir una semana.
Además, cuenta historias de sus compañeros de trabajo y las penurias que pasan para mantener a sus familias. Una empleada llegaba a realizar tres trabajos diferentes al día y otra aún habiéndose fracturado una pierna tenía que acudir a su trabajo como limpiadora al prescindir de seguro médico.
Incluso las empresas contribuyen a la humillación de sus empleados al someterles a controles de drogas, inmiscuirse en sus vidas privadas y hacerles creer privilegiados por ostentar un empleo como el que desempeñan. Además, se ven coartados a la hora de realizar protestas o huelgas porque tienen mucho que perder y eso los empleadores lo saben de sobra.
La historia de esta autora no es más que una de las muchas denuncias a esta realidad, que ya viene amenazando a los trabajadores desde hace más de dos siglos. Todas las mejoras en cuestiones laborales, como la reducción de la jornada, el establecimiento de un salario mínimo acorde con las necesidades de la sociedad del momento o el seguro médico están en peligro. No solo en Estados Unidos, sino también en África, Asia, América Latina y muchos países europeos que están condenando a sus ciudadanos a una precarización integral y como consecuencia, a la explotación.
Una realidad muy dura que asola a muchas personas y que contribuye a la marginación de este grupo y a su exclusión social.